lunes, 19 de agosto de 2013

Lógica personal


Los años, y con ellos las relaciones (de amor, de trabajo, de amistad e incluso de enemistad), me han convencido de que todos actuamos siguiendo una lógica propia que para nosotros guarda el mayor sentido.
Exceptuando a los locos de verdad, los locos “José Borda”; todos nosotros por más “locos” que digamos estar -y al parecer es un atributo muy común la “locura” en nuestros días- nos guiamos por una lógica que define nuestras actitudes y comportamientos.

Evidentemente habrá personas más convencionales, que se manejan por una lógica más familiar y por ende, que nos es más fácil reconocer; y personas más singulares, cuyas lógicas internas son más difíciles de descubrir, y que a menudo darán la impresión de no seguir ninguna o actuar de forma irracional.

He encontrado que comprender la lógica personal que guía a cada individuo es de gran ayuda a la hora de relacionarnos, pues permite pararnos desde una posición mucho más cercana a la otra persona y entenderlo mejor. Llegar a conocer -incluso de antemano- las cosas que le molestan o le van a molestar y por qué lo hacen, y de ésta manera, formar una relación mucho más “sana”. Se pueden eliminar discusiones que en última instancia, son evitables (es curioso como muchas de las veces en las que estas discusiones “evitables” acontecen, luego caigamos en la cuenta de que, efectivamente, eran evitables).

Lograr aunque sea atisbar ésta lógica no es una cuestión de magia, o de realizar una labor detectivesca sobre la otra persona. Basta con escuchar atentamente cuando habla; interesarse por sus ideas, sus pensamientos, sus gustos; observar cómo reacciona ante distintas circunstancias… en definitiva, ni más ni menos que lo que uno experimente a diario en una relación interpersonal cualquiera. Habida cuenta que toda relación implica una comunicación (un saludito para Paul Watzlawic, que dice que no se pierde ni un post!), toda comunicación una opinión y, como dijera Pichon Rivière, toda opinión es una toma de posición.

En definitiva, no es más que hacer lo que hacemos todos los días, relacionarnos. Pero poniendo atención en la otra persona y no filtrando la comunicación desde una postura donde lo único que se rescata es lo que interesa a uno mismo.

Creo que éste ejercicio es algo que, embrionariamente, todos intentamos hacer ante cada relación. El hecho de que casi no existan los seres humanos asociales me parece  prueba suficiente de que a fin de cuentas todos buscamos relacionarnos con la mayor eficacia posible, y la diferencia estriba en el grado de éxito que cada quién alcanza en realizar éste ejercicio de entender a la otra persona. Éxito que por otro lado, para mí, reside en la conciencia o el grado de intencionalidad con el cual efectuamos ésta práctica.

Creo que realizar éste ejercicio es realmente valioso y útil si nuestro objetivo es formar mejores y más profundas relaciones, en lugar de superfluosidades carentes de futuro.