"Escribir es jugar en torno al tema de la universalidad. Un
escritor es una persona que tiene la arrogancia de asumir que su
experiencia es básicamente una experiencia universal. Mi caso, sin ir
más lejos... Tu infancia, por ejemplo, normalmente es feliz (la mía lo
fue, al menos hasta que mis padres se separaron). Luego llegas a la
adolescencia, en la que pasas por una época poco atractiva, en el
sentido de que te dedicas básicamente a ofender a tus padres. Después
entras en la ansiedad de la vida adulta: esa vida adulta del miedo al
fracaso, de si lo conseguiremos o no. Y es la década de los veinte años y
estás inmerso en esas aventuras románticas. Luego te cansas de eso y lo
que quieres es ver alguna cara nueva a tu alrededor y te empiezas a
plantear la necesidad de tener hijos. Y entonces tienes hijos. Y con
ellos llegan nuevos temas, nuevos intereses, nuevas emociones. Y con
esas nuevas emociones llegas a tus 45 años y lo que podríamos llamar 'el
final de la juventud'. Cuando eres joven te miras a un espejo y
piensas: 'mira, la gente, los demás, envejecen, se hacen mayores, pero
tú, chico, eres estupendo; porque a ti esto no te pasa ni te va a
pasar'. Pero de repente, a tus 45 años, te das cuenta de que sí te pasa, de que también envejeces.
Los cincuenta comienzan a ser un poco difíciles, porque ahí procesas
toda tu vida, sacas conclusiones, ya estás pensando en que era verdad: realmente
vas a morir. Y en los sesenta sientes un cierto alivio porque piensas:
'Mira, la lucha ya ha acabado, ya he hecho el trabajo que tenía que
hacer, he tenido hijos, tengo una esposa que espero sea la definitiva,
la carrera ya terminó…'. Y sorpresa: entonces se abre una puerta grande,
que es la puerta de tu pasado. Una puerta que se abre al palacio de
todas esas historias que fueron pero que vuelven... Ya les daré un
informe de lo que de allí me llegó y encontré cuando nos volvamos a ver".
Martín Amis y la auto-ficción, testimonio recogido por Rodrigo Fresán en P12.