“Caminé anoche durante horas. Era como si quisiera perderme por alguna
calle nueva. Perderme absoluta y alegremente. Pero hay momentos en que
no podemos, no sabemos perdernos. Aunque tomemos siempre las direcciones
equivocadas. Aunque perdamos todos los puntos de referencia. Aunque se
haga tarde y sintamos el peso del amanecer mientras avanzamos. Hay
temporadas en que por más que lo intentemos descubrimos que no sabemos,
que no podemos perdernos. Y tal vez añoramos el tiempo en que podíamos
perdernos. El tiempo en que todas las calles eran nuevas”.
"Escribir es jugar en torno al tema de la universalidad. Un
escritor es una persona que tiene la arrogancia de asumir que su
experiencia es básicamente una experiencia universal. Mi caso, sin ir
más lejos... Tu infancia, por ejemplo, normalmente es feliz (la mía lo
fue, al menos hasta que mis padres se separaron). Luego llegas a la
adolescencia, en la que pasas por una época poco atractiva, en el
sentido de que te dedicas básicamente a ofender a tus padres. Después
entras en la ansiedad de la vida adulta: esa vida adulta del miedo al
fracaso, de si lo conseguiremos o no. Y es la década de los veinte años y
estás inmerso en esas aventuras románticas. Luego te cansas de eso y lo
que quieres es ver alguna cara nueva a tu alrededor y te empiezas a
plantear la necesidad de tener hijos. Y entonces tienes hijos. Y con
ellos llegan nuevos temas, nuevos intereses, nuevas emociones. Y con
esas nuevas emociones llegas a tus 45 años y lo que podríamos llamar 'el
final de la juventud'. Cuando eres joven te miras a un espejo y
piensas: 'mira, la gente, los demás, envejecen, se hacen mayores, pero
tú, chico, eres estupendo; porque a ti esto no te pasa ni te va a
pasar'. Pero de repente, a tus 45 años, te das cuenta de que sí te pasa, de que también envejeces.
Los cincuenta comienzan a ser un poco difíciles, porque ahí procesas
toda tu vida, sacas conclusiones, ya estás pensando en que era verdad: realmente
vas a morir. Y en los sesenta sientes un cierto alivio porque piensas:
'Mira, la lucha ya ha acabado, ya he hecho el trabajo que tenía que
hacer, he tenido hijos, tengo una esposa que espero sea la definitiva,
la carrera ya terminó…'. Y sorpresa: entonces se abre una puerta grande,
que es la puerta de tu pasado. Una puerta que se abre al palacio de
todas esas historias que fueron pero que vuelven... Ya les daré un
informe de lo que de allí me llegó y encontré cuando nos volvamos a ver".
Martín Amis y la auto-ficción, testimonio recogido por Rodrigo Fresán en P12.
“No es lo mismo ser triste que ver la belleza en la tristeza,
encontrarla ahí donde otra gente gira la cabeza o escapa. Eso justamente
corresponde a alguien que puede ver rastros de luz donde solamente parece haber
oscuridad. Eso no corresponde a un deprimido, sino a un optimista con
sobretodo, lleno de ilusión, renovando la esperanza cada día en su anhelo de
encontrar el cáliz escondido, que no solamente se oculta entre la hierba, sino
puede también estar dentro del barro.
Es relativamente fácil encontrar luz en
un prado lleno de pájaros al aire libre, lo difícil, lo estimulante, lo
renovador, es encontrarla en un pasillo de hospital, en la calle nocturna, en el
humo negro o en el frío de la madrugada camino a casa; en el nudo del ahorcado.
Ver al lirismo donde otra gente cerraría los ojos o sale corriendo para
continuar su tarea inamovible de seguir negando lo que no quiere ver; y así
sostener como sea posible su alegría artificial que posee fecha de caducidad.
En cambio, los otros, los supuestos tristes, tienen una condición valiosa que
permanecerá invisible para esos ojos más rústicos que no saben ver: la de
encontrar agua fresca en un pozo donde otra gente se moriría de sed.”
Como
tantes otres, yo también crecí un poco alejado de los abrazos. No sé de chico,
en la infancia. Creería que en ese momento los abrazos de mamá abundaban. Pero
ya más de grande, entrando y transitando la adolescencia, realmente los abrazos
se hicieron exiguos. Veo mis fotos de principios de la veintena y las fotos son
serias, reflejan a un ser reservado, si no distante de a momentos. Es
comprensible, la adolescencia es un momento difícil, de mucha incertidumbre y
cosas que se ignoran -y con razón- pero que se siente que ya se deberían saber.
Sumado a eso, la tesitura del momento un poco dictaba ese talante. No lucen, en
cuanto a la seriedad y la distancia que reflejan, muy distintas las fotos de
esa época de mis congéneres. Especialmente de los congéneres masculinos. Algo
de la construcción de la masculinidad en un momento tan incierto como es la adolescencia
incentivaba el gesto recio y penalizaba fuertemente cualquier atisbo de
sensibilidad. De abrazos entre amigos ni hablemos. Esta idea de masculinidad es
la que hoy se intenta desmontar, aunque con resultados bastante dispares e
incipientes por el momento. Esa lucha será larga.
Toda esta
introducción para decir que, durante una buena cantidad de años, los abrazos en
mi vida estuvieron bastante ausentes, limitados a poco más que novias o vínculos
de esa índole. Mas luego, por fortuna y virtud, la vida me fue cruzando con
otras personas. Los pasillos de la por siempre amada Sociales me fueron cruzando
con otras personas… y los abrazos comenzaron a florecer y multiplicarse.
Se
hicieron más sinceros y cercanos, se contagiaron a amigues, familiares,
compañeres de trabajo; dejaron de dividirse por sexo y de pronto el único
requisito para abrazarse no era otro que sentirlo. Entre dos, o incluso todavía
más comunitariamente. Incluso en medio de viajes, con extrañes con quienes
nomás coincidí algunos pocos días u horas, recuerdo algunos de los abrazos más
lindos y sinceros con lo que me he encontrado.
Y así
venían estos años, llenos de abrazos y cariño físico, de cuerpos que se
encontraban y demostrábanse el gozo y la comodidad de hacerlo.
Así
venías estos años, hasta que 2020, pandemia, Covid-19, seis meses (y contando)
de aislamiento… pero no es tanto el aislamiento tampoco. Luego de dos, tres
meses de una cuarentena cumplida con bastante convicción, los puentes
comenzaron a tenderse nuevamente. Con mayores o menores cuidados, discretamente
o no tanto, está claro que la mayoría de la gente volvió a verse al menos con
un porcentaje de sus vínculos. Pero no fue igual. Los abrazos no volvieron.
Seis, siete meses de un martilleo constante sobre el distanciamiento social
(ciertamente necesario, no estoy poniendo tal cosa en cuestión) performaron cuerpos
tímidos, cuerpos que ya no se encuentran a gusto uno cerca del otro, miradas
que se esquivan, no por desinterés, sino por evitar la alineación directa de vías
respiratorias, abrazos que escasean… ¡y cómo se extrañan!
No me refiero a nadie en particular
realmente, aunque un montón de nombres se me vienen a la mente cuando pienso en
los abrazos que extraño. Pero no es el abrazo de alguien en concreto lo que
extraño, más bien al contrario, extraño ese momento donde los abrazos no
estaban reservados a aquellas personas de máxima confianza o convivientes, sino
que bastaba el encuentro de dos personas con deseos se sentirse cerca, con
deseos de expresar cariño fundiéndose en una.
PD: Hace muchos años una amiga me dijo que se precisaban (obvio
que entre tantísimas otras cosas, ja…) cinco abrazos por día para sentirse
bien, feliz. Pues qué decir, la verdad es que creo que no le faltaba razón.
Escribo esto en unas cuantas hojas de papel que llevaba en
el bolsillo. Las tomé de casa de padres como precaución antes de salir a
caminar. En los últimos días me pregunté varias veces sobre cómo escribe la
gente hoy en día. Sospecharía que no mucho en papel. Yo aún no he conseguido
dejarlo, aunque luego sea doble trabajo al pasarlo a computadora. Siéntase
libre, quien lea esto, de compartirme cómo escribe si es que lo hace. Le aseguro
que me da curiosidad.
Aún llevo fresca en la memoria una nota leída hace unos días sobre la vida en
Buenos Aires alrededor del 900. Decía que lxs poetas y la gente bohemia pasaba
por el correo cada día y se llevaba papeles para enviar telegramas. De esa
forma, tenían acceso a papel sin pagar por él.
Entretanto, un pajarito me ha
bendecido con sus desperdicios. Justo en la mano que escribe. Riesgos de
escribir bajo un árbol.
Otra pregunta que me lleva dando vueltas en la cabeza unos
días es por qué retomar un blog en estos tiempos (aunque una amiga me ha dicho
que una amiga le ha dicho que los blogs “están de moda” nuevamente. No me
consta, aunque quizás estén volviendo. El tiempo dirá). La cosa es que llevo
varios días con esa pregunta en la mente y casi me siento en la obligación de
contestarla antes de seguir posteando como si nada. Casi casi a modo de segunda
presentación luego de aquella de 2009, a comienzos del blog. Bueno, tampoco
estaría mal re-presentarse dado que once años son muchos años, y yo tampoco soy
exactamente la misma persona. De hecho, el ejercicio de releerme que he hecho
en estos días ha sido de lo más interesante. Encontré continuidades y rupturas
que bastante me han conmovido. Recomiendo mucho tal ejercicio a cualquiera.
Entonces, ¿por qué el retome? Una respuesta acorde a estos
tiempos caprichosos sería “porque puedo”. Otra sería porque tengo muchas cosas
escritas jamás publicadas en ningún lado (como el caso de los posts que se
adelantaron a esta re-presentación y revivieron ambos blogs). Pero lo cierto es
que lo escrito ya llevaba años escrito, y así podría haber seguido. Tampoco es
esa la respuesta.
Creo que, en buena medida, la idea de retomar el blog me
seduce porque me acerca nuevamente a otra época de mí mismo. Una época que
recuerdo con calidez, por supuesto. Creo, también, que el hecho de tener un
blog activo también puede servir un poco de estímulo para escribir más. Si bien
nunca dejé de hacerlo, antes le destinaba más tiempo. Y desearía retomar tal hábito
pues creo que es una de las actividades más sanas que pueden hacerse. Sentarse,
tomarse el tiempo, dejar a la mente volar y que esta guíe a la mano hacia unas
formas tan automáticas y arbitrarias, como comprensibles para cualquiera que
hable castellano. Aunque Walter Benjamin sin dudas no me dejaría pasar lo de “arbitrarias”
sin polemizar conmigo. ¿Se imaginan? Walter Benjamin en polémica místico-lingüística
en este blog. ¡Mi reino por ello!
En fin, que ese dejar la mente volar hacia donde los estímulos la lleven me
resulta una actividad liberadora. Siempre vuelvo de ella sintiéndome como
cuando vuelvo de caminar por la montaña. Como quien vuelve de coquetear con una
zona un poco desconocida. Una zona que siempre puede sorprenderte y a donde hay
que ir preparadx para verse sorprendidx. Ahora pienso, al escribir estas
líneas, que bien puede ser todo esto una reacción a este ASPO tan prolongado
que a fuerza de costumbre (y contagios), hace rato que ya no se ve su fin.
Así pues, este repentino retomar pienso que está ligado a
una necesidad de acercarse a mí mismo de una manera que no muchas actividades
permiten. También hay algo -sin dudas idealizado- de volver a esa época, etaria
me refiero, a donde más escribí y a donde ir chusmeando blogs aleatoriamente
resultaba a veces en sorpresas estimulantes. ¿Da para seguir estirando la
metáfora de la caminata en la montaña? ¡Ay, por favor, las ganas que tengo de
eso! Si lo de la montaña no va más, puedo ir con la ya conocida -y bastante
cierta- “siempre se vuelve a los lugares donde se fue feliz”.
También quisiera referirme a otra característica
significativa de escribir en un blog que es: no tenés ni la más pálida idea
sobre quién va a leerte, si es que alguien de hecho lo hace. Y no existen los “me
gusta”, “me encanta”, el corazoncito ni ocho cuartos. Acá se escribe sin estar
esperando ningún tipo de reacción, sin tener pendiendo encima la histeria que
transmiten las redes sociales; y tal cosa para mí resulta una bocanada de aire
fresco (como de montaña, podría decir alguien… ja).
La conclusión resulta obvia. Volví a escribir porque a la
montaña no puedo ir. Y también porque me hace bien. Y porque por su gracia, llevo
ya un rato recostado contra un árbol, me cagó un pájaro, se me acercaron dos
perros, una señora me preguntó si esperaba algo (¡esa pregunta tiene tantas
respuestas, doña!) y una familia pasó con sus niñxs andando en bici y me dio
las buenas tardes. Todo lo cual puede reducirse a decir: “quiero volver a
escribir porque escribir me conecta con el mundo de un modo que me maravilla”.
El sol ya se escondió. Amo cuando la naturalza misma te dice
que ya es tiempo de ir redondeando algo. De aquí en adelante, lo que verán
será, espero, un mechadito de cosas ya escritas, y otras que deseo que estén
por escribirse.
PD: Vale, como una vez dijo Paul McCartney… “juro que no me
morí”. Dormí tranquila.