domingo, 30 de junio de 2013

Anahí


La impotencia. Uno de los sentimientos que más enojo y terror provocan en mí. Simplemente no hay nada que hacer, eso es impotencia. Nunca supe aceptar que no hay nada que pueda hacer. Eso es lo que siento ahora. Eso y cierto sentido de la responsabilidad que se asemeja a la culpa.

No fuimos amantes, ni grandes amigos, ni tan siquiera amigos. Al contrario, nuestras vidas coincidieron fugazmente, menos de una semana. Y sin embargo, yo percibí algunas de las cosas que te pasaban. Lo percibí y sabía que podía ayudarte. Es más, me propuse hacerlo. Pero lo de siempre, lo que tardo en poner en marcha los proyectos… Claro, si el que se jode soy yo no hay problema, pero debo aprender cuando se trata de otras personas. Hay personas que no pueden darse el lujo de la espera.

¿Qué consuelo es decir que trataré de aprender de esta experiencia? ¿De que servirá decir que a partir de ahora voy a tratar de cambiar?

Perdón Ani. Perdón una y mil veces. Me siento ridículo cuando pienso que mi única justificación es “y bueno, siempre fui lento para arrancar”. Debería haberme acercado a vos. Yo sé que podría haberte ayudado. Yo sé que vos buscabas una mano, alguien que pusiera un poco de firmeza bajo tus pies porque te sentías hundirte. Perdón, fui demasiado yo. Ese “yo” que generalmente elogio. Esa seguridad que me lleva a pensar que siempre actúo bien y que en todo caso el problema es que el otro no puede adaptarse a mí. Acá erré yo. Debería haber hecho más. No encuentro consuelo (no creo que lo haya, tampoco que lo merezca), no puedo creer lo que pasó.

Que mierda que es la vida a veces. La vida no espera y parece ensañarse aún más con lo que ya de por sí no la tienen fácil. ¿Qué sentido de justicia es ese? ¿Por qué el sufrimiento atrae más sufrimiento? ¿Por qué vos? La peleaste siempre, aunque sabías que tenías pocas armas y todas las de perder. Y yo después doy cátedras sobre resignación… me falta tanto.

Yo mismo escribí en éste lugar de lo importante que podía ser un gesto para una persona. Cómo podía cambiarle la vida, o al menos el día. Podría haberlo hecho. Debería haberlo hecho. Perdón Ani. Sé que no sirve de nada, sé que a vos ya no te sirve que lo diga, pero te juro que me siento muy pero muy mal. Necesitaba pedirte perdón. Esto no es un homenaje, esto no te sirve de una mierda, ni te hace honor en nada, pero en una de esas me sirve a mí para no volver a repetir el error. Ya no puedo ayudarte, pude, y no lo hice. Ahora estoy llorando. No puedo ayudarte, pero puedo prometerte (a vos, o en tu nombre) que no voy a repetir el mismo error. Voy a hacer todo lo posible para no hacerlo al menos. Y voy a tratar de aprender, te lo juro.

Que poquito que se siente. Que poquito que repara lo pasado.

Si escribo esto no es sólo para pedirte disculpas, sino como un compromiso de que no te voy a olvidar nunca. Sé que es poco, sé que te merecías mucho más, sé que en realidad no es nada, pero vas a vivir en mí para siempre. Te lo prometo (y estoy aterrado, ya que me aterran los compromisos).

Hasta siempre Ani, perdón por no haber hecho más, perdón por no ayudarte. Voy a intentar aprender. Me mostraste algo de mí que nunca había visto. Te juro que es un montón, pero no valía ese precio. Hubiera preferido no verlo jamás.


 “Qué puedo hacer, quiero saber, qué me atormenta en mi interior, 
si es el dolor que empieza a ser, miedo a perder, lo que es amor”

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