Los años, y con ellos las relaciones (de amor, de trabajo,
de amistad e incluso de enemistad), me han convencido de que todos actuamos
siguiendo una lógica propia que para nosotros guarda el mayor sentido.
Exceptuando a los locos de verdad, los locos “José Borda”;
todos nosotros por más “locos” que digamos estar -y al parecer es un atributo
muy común la “locura” en nuestros días- nos guiamos por una lógica que define
nuestras actitudes y comportamientos.
Evidentemente habrá personas más convencionales, que se
manejan por una lógica más familiar y por ende, que nos es más fácil reconocer;
y personas más singulares, cuyas lógicas internas son más difíciles de descubrir, y que a
menudo darán la impresión de no seguir ninguna o actuar de forma irracional.
He encontrado que comprender la lógica personal que guía a
cada individuo es de gran ayuda a la hora de relacionarnos, pues permite
pararnos desde una posición mucho más cercana a la otra persona y entenderlo
mejor. Llegar a conocer -incluso de antemano- las cosas que le molestan o le
van a molestar y por qué lo hacen, y de ésta manera, formar una relación mucho
más “sana”. Se pueden eliminar discusiones que en última instancia, son
evitables (es curioso como muchas de las veces en las que estas discusiones “evitables”
acontecen, luego caigamos en la cuenta de que, efectivamente, eran evitables).
Lograr aunque sea atisbar ésta lógica no es una cuestión de
magia, o de realizar una labor detectivesca sobre la otra persona. Basta con escuchar
atentamente cuando habla; interesarse por sus ideas, sus pensamientos, sus
gustos; observar cómo reacciona ante distintas circunstancias… en definitiva,
ni más ni menos que lo que uno experimente a diario en una relación
interpersonal cualquiera. Habida cuenta que toda relación implica una
comunicación (un saludito para Paul Watzlawic, que dice que no se pierde ni un
post!), toda comunicación una opinión y, como dijera Pichon Rivière, toda
opinión es una toma de posición.
En definitiva, no es más que hacer lo que hacemos todos los
días, relacionarnos. Pero poniendo atención en la otra persona y no filtrando
la comunicación desde una postura donde lo único que se rescata es lo que interesa a uno mismo.
Creo que éste ejercicio es algo que, embrionariamente, todos
intentamos hacer ante cada relación. El hecho de que casi no existan los seres
humanos asociales me parece prueba suficiente de que a fin de cuentas todos
buscamos relacionarnos con la mayor eficacia posible, y la diferencia estriba
en el grado de éxito que cada quién alcanza en realizar éste ejercicio de
entender a la otra persona. Éxito que por otro lado, para mí, reside en la
conciencia o el grado de intencionalidad con el cual efectuamos ésta práctica.
Creo que realizar éste ejercicio es realmente valioso y útil
si nuestro objetivo es formar mejores y más profundas relaciones, en lugar de
superfluosidades carentes de futuro.
Me resulta muy interesante intentar (porque claramente sólo quedo atrapada en los encantos del intento) dilucidar los por qué entre los que diariamente circulamos. Por qué nos hablamos, por qué nos miramos, por qué hoy, por qué ayer no, por qué nos recordamos, por qué nos olvidamos, por qué nos conocemos, por qué nos desconocemos, por qué nosotros, habiendo tantos otros...etc, etc, etc. Por eso, el planteo entorno a la “lógica personal” me resulta por doquier interesante.
ResponderEliminarParto del “creo que” porque ni siquiera escribiendo con la sensación de seguridad puedo afirmar la certeza de lo que configuran las conexiones establecidas entre mis palabras. Por eso me veo en la necesidad de aclarar que lo que expongo debajo es un punto de vista que tengo hoy (no un hoy “hoy” sino un hoy “presente” con extensiones en el pasado y en el futuro), basado en el “creo que” y, por tal, mutable.
Ahí va.
“Creo que” nos comunicamos para hacer infinito lo finito (es decir, nosotros). Para reinventarnos en cada nueva comunicación. Socializamos para ponernos en juego en un mundo de juegos. Y aunque resulte tentadora la explicación de que socializamos porque somos seres sociales, no caigamos en las redes del “señor reduccionismo” que nos lleva a concebir como única a una idea. Tengamos presente que también somos seres individuales. Así, habremos de comprender que la socialización persigue un fin individual y necesariamente egoísta: fortalecernos a nosotros mismos consolidando la propia conciencia. Como bien dijo Marx, “es el ser social el que determina la conciencia, no la conciencia la que determina al ser social”.
Entendernos en una red de relaciones con otros y con uno mismo, implica entendernos en una red invisible de conexiones, y vislumbrar esa red de conexiones nos llama a intervenirla. A accionarla. A accionarnos. A poner un algo de nosotros que nos permita modificar, para luego ser modificados.
Entonces interactuamos. Ajustando las lógicas personales a las ajenas, logrando encajar, aunque sea circunstancialmente, como piezas de tetris, creando nuevas y coloridas relaciones. La estabilidad de dichas relaciones tal vez sólo dependa de un viento que se decida a derribarlas o tal vez de nosotros mismos.
Quién sabe.
Lo bueno es seguir interactuando, aún sin haber encontrado las respuestas a los por qué. Tal vez si las encontráramos dejaríamos de interactuar.
He ahí la cuestión, ¿por qué es que interactuamos? ¿Es solamente porque nos sabemos capaces de hacerlo? ¿Porque sabemos que cierta acción de nuestra parte conllevará cierta reacción de parte de otra?
ResponderEliminarNo lo creo. Sin querer tampoco caer en los argumentos del "señor reduccionismo", no encuentro argumento tangible en "ponernos en juego en un mundo de juegos". Sucede que eso no es una causa tampoco. Creo que estamos cayendo en la muy común confusión de causa-consecuencia. Estamos tomando una consecuencia, "ponernos en juego", y lo estamos proponiendo como la causa de la interacción.
Concuerdo con el enfoque del relacionarnos desde el egoísmo, desde el fortalecimiento de nuestro yo. Será que soy de los que piensan que el egoísmo es el fin último por el cual nos movilizamos (hay un post sobre el tema en el horno hace meses, trataré de sacarlo en estos días).
Es concebible que el fin buscado al relacionarnos sea el re aseguramiento de nosotros como "unidad-persona", la aceptación de un tercero representa un alivio para un "yo" siempre en tensión, pendiente -inevitablemente, en algún grado- de la opinión de los demás.
Quién sabe. Como has dicho, lo bueno es seguir interactuando, aún sin saber por qué.