La encaró en una plaza, caminó detrás de ella como si le
susurrara cosas dulces al oído. Cuando ella emprendió vuelo él también la
siguió. Como quien no quiere la cosa, se fue acercando, echando nerviosos vistazos.
Ella lo controlaba con la mirada y se alejaba conforme él se
acercaba. Hablaban, pero ella no se dejaba convencer por sus lisonjeos.
Volvieron a la plaza, él continuaba halagándola. La siguió presuroso por toda
la plaza para no perderse en el veloz paso de ella. Realmente creía en eso de “persevera y triunfarás”.
Cuando ella
nuevamente emprendió vuelo hacia el viejo edificio de la facultad de
ingeniería, la siguió también. Tal vez con la esperanza de que ahora sí
llegaría su momento.
Se perdieron en el cielo de Buenos Aires, dos palomas jugando
a la humanidad.