Se sabe que se está en presencia de esa humedad invernal cuando se apoya la rodilla en la tierra y el pantalón se moja, aún si hace días que no llueve.
Para mí, ese especial olorcito a humedad, esa rodilla mojada en el pantalón, son todos los recuerdos de las tardes de invierno jugando en el parque. Tardes frías, tardes húmedas, tardes nubladas. Tardes quizás algo hostiles, que me veían jugar y correr, inventar pruebas y desafíos que invariablemente me divertían y mojaban las rodillas del pantalón.
Tardes húmedas de rodillas mojadas, de trepar árboles y esquivar charcos de agua y barro. Anocheceres gris azulados con ladridos de fondo. Las luces de las casas y el alumbrado público marcando la hora del regreso. Al calor hogareño, a la merienda en la cocina, a sentir las rodillas húmedas bajo la mesa y presionar más el pantalón para sentirlo mejor.
Esa humedad invernal es mi niñez. Esas rodillas mojadas siguen mojadas aún hoy, aunque jueguen menos y sea más en mi mente. Esas rodillas mojadas... se extrañan bastante de a momentos.
También la sencillez de cuando los mayores problemas a abordar eran las rodillas mojadas del pantalón.
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